Presa de Aldeadávila


1956-1963

PRESA|HORMIGóN
CASTILLA Y LEóN | SALAMANCA | LOS ARRIBES



Descripción:

En Aldeadávila, mejor que en cualquier otro sitio, el paisaje muestra esa componente de verticalidad que es esencial a las presas; cualquier elemento exige subir o bajar, hay escalones, rampas y túneles por todas partes. La presa tiene unos 130 m de altura pero, por encima de ella, los paredones de granito suben el doble. El cañón del Duero tiene 400 m de profundidad y la presa solo ocupa un tercio de esa altura: queda muy bien encajada en dimensiones pues, a pesar de su altura, se subordina al cañón. Éste está formado por grandes panes graníticos que se suceden y yuxtaponen con diferentes potencias y anchuras. Entre ellas surgen grietas que se desarrollan como barranqueras o trochas de mucha pendiente llenas de exuberante vegetación.

Los panes de granito tienen una estructura acebollada en capas concéntricas que, al aflojar las enormes presiones tectónicas de la roca, tienden a exfoliarse, como si fueran perdiendo la costra en un fenómeno autodestructivo permanente. Por ello, el granito presenta una superficie de texturas variadas y de color básico uniforme pero con distinto grado de envejecimiento. Hay manchas de color gris claro, correspondientes a las zonas más tiernas que han perdido la piel recientemente, rodeadas por bordes cortantes. Con el tiempo, el granito se oscurece y se llena de manchas producidas por el agua, el viento y los líquenes. En algunos panes se conservan las formas lisas y redondeadas, características del granito, degradado y meteorizado en la superficie ya más ocre o verdosa, según la exposición al sol.

En las zonas próximas a la presa y demás elementos construidos, las laderas están parcheadas con un hormigón prácticamente mimetizado con el granito, por estar construido con los mismos áridos y sometido durante 40 años al mismo proceso de meteorización. Sólo las formas rectilíneas y las superficies planas del encofrado señalan la intervención. Esa piel está muy recosida con bulones y sus correspondientes chapas cuadradas de hierro con la rosca central de apriete. El color oxidado de la chapa se pega bien a la diversidad tonal y solo la disposición geométrica de los bulones acusa la intencionalidad de sujetar una piel que se desprende.

Parches de hormigón para rellenar, bulones para sujetar y fragmentos de roca caídos en las orillas del río dan fe de la inestabilidad de una superficie en permanente renovación, de una constante muda de piel, que se contrapone a la geológica solidez del cañón. A esa piel afloran tomas, respiraderos, bocas de túneles o entradas de galerías que revelan la complejidad de las entrañas de la central subterránea y convierten en un reto el posicionamiento de los distintos elementos en función de los indicios que asoman en superficie.

Una embocadura de aliviadero desaparece en el interior de un gran basto y obliga a escudriñar aguas abajo para ver por donde sale. Unas pasarelas metálicas con barandillas pintadas de amarillo se anclan a diez metros de altura sobre el embalse y evidencian la salida de una galería de emergencia. Una zigzagueante escalera plateada sube ocho o diez tramos hasta una boca cerrada en medio de la ladera. Restos de antiguos pasarelas perdidas entre las grietas de verdor o cosidas al granito recuerdan las dificultades que supuso la construcción en esa verticalidad.

Incluso el agua, que parece domeñada, deja muestras de su furia: las últimas crecidas fueron convenientemente evacuadas por desagües y aliviaderos, pero se llevaron por delante un tramo de la carretera de acceso al pie de presa situada en la ladera portuguesa. Y el lecho del río aguas abajo de la presa muestra las típicas marmitas originadas por las piedras arrastradas por torbellinos que van agotando la roca de base. Todo lo visible muestra fuerza y dificultad.

Y, en medio, la presa dominada por la repetición de los canales de vertido que rasgan y ocupan su paramento. Aunque sujeta el río, sugiere por donde discurrirá cuando se soliviante, está claramente subordinada a sus grandes momentos de avenida. Pero no parece un vertedero: su planta curvada y su progresivo estrechamiento hacia abajo la confieren un aire distintivo completamente diferente al de esos aliviaderos planos observables en toda presa moderna de gravedad. Es más dinámica, expresa su apoyo en las laderas y forma parte de ellas, como si fuera un elemento más del cañón. Expulsa los 10.000 m3/s de agua con sus cuatro grandes trampolines, pioneros en este tipo de presas, que se suman a otros 2.500 m3/s evacuados por un aliviadero auxiliar en túnel situado en la margen derecha.

La calidad de la cerrada sugirió la utilización de una bóveda pero las dificultades de aliviar los enormes caudales del Duero desaconsejaron la opción en favor de una presa arco gravedad con vertedero superior. Para no ocupar el cauce, la central se dispuso subterránea. Las obras comenzaron en 1956, recién terminada la presa de Saucelle, situada aguas abajo. A pesar de las dificultades de la cerrada, Aldeadávila fue una empresa sólida y bien planteada. Bajo la dirección de Ángel Galíndez, la obra se acometió con una buena preparación previa, equipos técnicos bien formados, maquinaria adecuada y, sobre todo, con la experiencia acumulada en las demás presas del Duero.

Hubo, desde luego, momentos difíciles como el de la gran riada de primeros de enero de 1962: el Duero se elevó 25 m sobre el cauce y entre los bloques en construcción de la presa pasaron 9.500 m3/s y se llevó por delante el puente que unía las dos laderas. Se estimó que la reparación del puente tardaría tres meses, durante los cuales habría que parar el hormigonado pues los camiones de cemento no llegaban a la hormigonera. El Ejército salvó la situación y en solo diez días restableció el paso con un puente Bailey, permitiendo terminar la obra en 1963.

Saltos del Duero abordó la presa de Aldeadávila que sería su obra emblemática, el momento supremo de la epopeya del Duero, y pudo ya acometer el gran embalse de La Almendra (tercero de España) para regular el Tormes con una gran reserva de capacidad de 2.650 Hm3, que permite optimizar la gestión de los recursos de todo el sistema.

FMA

Bibliografía:

Aguiló, Miguel; 2002. La enjundia de las presas españolas. ACS, Madrid, p. 23, 72, 253-255.

Chapa, Álvaro; 1999. La construcción de los saltos del Duero, 1903-1970. Historia de una epopeya colectiva. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, p. 338, 343.

Iberduero 1944-1969. Autor,1970, Bilbao.

Valoración:


Escasa

Muy alto interés

Alto referente en la memoria colectiva

Muy singular

Conservada según proyecto original

Impulsor de la atmósfera del lugar